El 31 de diciembre una neumonía de causas desconocidas hacía su aparición en la ciudad de Wuhan. Aparecía así, por primera vez en nuestras vidas, la enfermedad del Covid-19 y así es que comenzó el acontecimiento que ha transformando nuestro mundo en menos tiempo del que siquiera pensamos que era posible.
Por un lado, en el ámbito laboral, el mayormente conocido home office ha sido la gran apuesta de esta pandemia. Ha traído grandes beneficios, como el descenso de los niveles de contaminación y un ahorro en los tiempos de transporte. Sin embargo, en muchas partes del mundo, la gente está expresando su descontento. Están preocupados por el medio ambiente. Están exigiendo la igualdad social. Están abogando por mejores condiciones de vida y de trabajo. Y están reaccionando a injusticias institucionales. En resumen, se están asegurando de que sus voces sean escuchadas.
El impacto que estas tendencias tendrán en el sector de la infraestructura no será la excepción. La planificación y la inversión a largo plazo será cada vez más difícil. Corrientes de capital y modelos de inversión cambiarán rápidamente. Las tecnologías transformarán los procesos inesperadamente.
En 2019, la consultora KPMG, predijo que los consumidores comenzarían a buscar una voz más grande en sus opciones de infraestructura, en donde los futuros proyectos de este sector tendrían que ser informados en tiempo real y predictivo por parte de los clientes en lugar de patrones históricos y de la opinión de los expertos. Hoy, refuerzan su apuesta de que los gobiernos tendrán que hacer un mucho mejor trabajo de escuchar a las personas, interpretar sus señales y entender las causas fundamentales de su descontento. Mientras que los ciudadanos necesitan ser capaces de entender y aceptar las complejas elecciones que se están haciendo y la lógica que las sustenta.
Por otro lado, ante la crisis sanitaria y las más de 800,000 vidas que se ha llevado este virus, garantizar y reforzar la seguridad y salud de las personas se coloca más allá de una prioridad, sino una completa obligación en cualquier proceso. Como resultado, estamos viendo a los gobiernos y a la iniciativa privada del sector, poner mayor énfasis en la seguridad, el mantenimiento y la resiliencia, a través del ciclo de vida de todos los proyectos y estos factores también están encontrando su camino en la toma de decisiones de inversión.
Finalmente creo que es fundamental que además del impacto económico, tengamos una estimación precisa del rendimiento social y creación de valor que generan los proyectos de infraestructura pública y de esta manera, seamos conscientes de la influencia de todos los actores que conforman el sector.
La buena noticia es que las organizaciones están empezando a adoptar programas de sostenibilidad, y más concretamente el concepto de descarbonización. El pasado septiembre, 87 grandes empresas que representan más de 2,3 billones de dólares en capitalización de mercado se comprometieron a apoyar el objetivo de 1,5 grados establecido en la Conferencia de París y muchos están haciendo importantes inversiones para reducir su huella de carbono a lo largo de la cadena de suministro.